Federico y la tortuga

 

Federico pasó por una casa de mascotas y vio en la vidriera a una tortuga. Notó que la tortuga lo saludaba. Levantaba la patita de adelante y la bajaba y la subía. Como Federico estaba confundido se señaló preguntándole a la tortuga si era a él a quien iba ese ademán de patita y la tortuga le demostró que sí apuntándole la misma patita delantera por unos segundos. Lo señalaba. Era indiscutible para Federico que había tenido un diálogo con la tortuga y se sintió responsable de esa vida ¿Qué le podía pasar al animal si caía en manos de otra persona sin su sensibilidad?

Federico entró al local.

Federico:- Quiero comprar la tortuga que está en la vidriera, ¿cuánto cuesta?

Dueño del local (porque era un local atendido por su dueño):- 639,50$

Federico tenía solamente 639$. Le faltaban cincuenta centavos.

Martín (porque el dueño del local se llamaba Martín):- Está bien… te dejo que te lleves la tortuga, perooo… tenés que venir en otro momento a dejarme los cincuenta centavos que faltan… tenés que dejarme algo a cambio, dejame tus zapatillas.

Federico:- Pero no tengo otras zapatillas, si me quedo sin estas zapatillas me quedo descalzo. Y no es que me quedo descalzo solamente acá. No tengo plata para otras zapatillas, no tengo otras zapatillas en mi casa.

Martín (porque era una persona muy determinada):- Entonces no te puedo dar la tortuga.

Federico vio que la tortuga lo saludaba desde la vidriera, subiendo y bajando ahora la otra patita delantera, entonces no dudó más.

Federico:- Dale, te dejo mis zapatillas. Cuidámelas. En un rato las vengo a buscar.

Así fue que Federico caminó veinte cuadras hasta su casa en

medias con la tortuga. En la calle había vidrios, cigarrillos apagados, y todo tipo de desperdicios. En un momento pisó una baldosa floja y se mojó el pie. Un pescadito se movía dentro de la media. A Federico le gustó imaginar en ese momento que un pescadito vivía debajo de la baldosa floja porque era claro que algo se movía por su pie y no le gustaba saber qué era lo que realmente le caminaba. Así y todo, con el pie mojado, descalzo y con algo que le caminaba hizo cola en una verdulería amiga en donde le podían vender lechuga fiada. Estuvo en patas un buen rato, es verdad, haciendo el ridículo, es cierto, pero se aseguró de esa manera que al llegar pudiera darle algo de comer a su nuevx compeñrx.

Federico subió caminando los doce pisos del edificio en el que vivía, con el pie mojado y la tortuga en sus manos, porque se había cortado la luz en toda la cuadra. Cuando entraron, mientras Federico buscaba su par de Ojotas la tortuga empezó a hablar.

Tortuga:- Te voy avisando que yo no como lechuga. De ahora en adelante vos te vas a encargar de darme de comer sándwich de pollo con champiñones.

Federico estaba shockeado.

Federico:- Peroooo… yo no tengo plata para pagarte esa comida, es carísima. Además, vos sos una tortuga, no podés comer ese tipo de comida, te hace mal.

Tortuga:- ¿Vos te pensás que si yo aprendí a hablar no puedo también aprender a comer otras cosas? ¿Te pensás que sos el único ser en la tierra que puede disfrutar un buen sándwich de pollo con champiñones? ¿Te da por discriminar ahora? Además yo no nací ayer amigo. Así como me ves tengo ciento treinta y dos años. ¿Me vas a decir ahora que con ciento treinta y dos años no sé qué es lo que me hace bien y qué es lo que me hace mal? ¡¿Por qué no probás vos vivir ciento treinta y dos años comiendo lechuga?! ¿No te parece aburrido vivir ciento treinta y dos años comiendo solamente lechuga? Sándwich de pollo con champiñones en cambio, eso se puede comer.

Federico:- Pero vos viste tortuguita que tuve que venirme descalzo desde la veterinaria en donde te compré. Viste que vivo en un mono ambiente y que casi no tengo plata. ¿Cómo querés que haga yo para comprarte algo tan caro? Yo como fideos casi todos los días tortuguita.

Tortuga:- No sé, buscate la manera. Vos sos el dueño, yo soy la mascota.

Así fue que Federico se dedicó un tiempo a robar. Pensó desde el principio que el mejor argumento era decir la verdad. Así que esa primera noche cuando atracó a una pareja les dijo que les estaba robando para darle de comer a su tortuga sándwich de pollo con champiñones, ya que su mascota tenía gustos caros y no tenía otra forma de afrontar los gastos. Ante ese argumento la pareja no dudó en darle todo lo que tenían y alejarse lo más rápido posible de Federico.

Una semana después la casa estaba dada vuelta. La tortuga desordenaba todo y desde el primer día le dijo que de ahora en adelante las cosas tenían que cambiar.

Tortuga:- Yo no pienso dormir en un rincón en el piso como dejan ustedes a las tortugas. Yo conozco mis derechos. Vos ya no dormís más en tu cama. De ahora en adelante ahí duermo yo. A mí me gusta tirarme panza arriba, estirar bien las patas, mirar a los costados y ver que tengo espacio para mí. No te voy a ofrecer que te vengas vos también a mi cama porque no quiero que se confunda nuestra relación y la verdad me gusta tener mi intimidad. Vos podés, te recomiendo, ir a dormir al baño, así de paso no dejás tus olores por toda la casa.

Pero pasada la semana todo cambió. La tortuga le contó a Federico que se venían sus treinta primos a vivir a la casa, que se fuera preprando unos sándwich de pollo con champiñones más porque su familia era sobre todo muy glotona.

Federico hizo cuentas y entendió que pagar la comida de las treinta y una tortugas le salía más caro que el alquiler del mono ambiente y no volvió más. Se fue ese mismo día a hablar con el responsable de todos sus problemas.

Cuando Martín vio entrar a Federico el local de mascotas estaba lleno de gente. Los gritos del pobre Fede espantaban a toda la cuadra.

Federico:- ¡Vos sabías que esa tortuga hablaba! ¡Vos sabías que esa tortuga es manipuladora y mala! ¡Vos sabías que el primer distraído que le prestara atención se iba a llevar a la tortuga! ¡Vos sabías que la tortuga hablaba y no me dijiste nada!

Ya la gente se había ido asustada y Martín optó por bajar la persiana del local.

Martín:- Es verdad, yo sabía todo, te pido perdón. Esa tortuga es… una explotadora.

Federico:- ¿Vos sabés lo que me costó esa tortuga? ¿Vos entendés que dejé mi casa porque me iba a costar carísimo mantenerla? Vos me vas a solucionar esto de alguna manera.

Martín:- Mirá. Yo vivo en una pieza en el fondo del local, y sabés que es muy caro mantener a esa tortuga… Lo que te puedo ofrecer es que te vengas a trabajar acá conmigo… si querés podemos ser socios. Tendrías que dormir en el piso del local por la noche…

Federico le dio la mano a Martín.

Federico:- ¡Estoy contratado!

Y así fue la nueva vida de los dos en la casa de mascotas. Hasta que una tarde, Federico vio pasar por la puerta del local a la tortuga con dos de sus primos. Rápidamente se escondió. Pero las tortugas siguieron caminando lentamente y en paz por la vereda sin ni siquiera asomarse a ver lo que pasaba adentro.

Por suerte, pensó Federico, no golpeó la puerta, no lo saludó moviendo la patita, no lo señaló, ni pensó en entrar…

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