Cuando aulló Bloqui

 Me gustan las rutinas, me ayudan a vivir. Puedo tener mil charlas, sobre un montón de temas, pasar el rato de distintas maneras con distintas personas, pero de lo que me acuerdo, lo que me marca, son las cosas cotidianas. Saqué a pasear a Bloqui durante casi diez años, le di de comer y pasamos bocha de situaciones. Bloqui y yo fuimos pobres en estos años, vivimos en un departamento muy muy chiquito, con poca luz, en Chacarita, el departamento de Claudia. Bloqui era ansioso, le gustaba bailar con quien bailara cerca, no soportaba que no le prestaran atención, y siempre estuvo rodeado de gente.

¿Qué es el amor?
Bloqui se llevaba muy mal con el resto de su especie, no podía con su ansiedad, así que era un peligro que saliera sin correa, creo que fue, la que tuve con él, mi más grande frustración. En una época corta lo sacaba a la madrugada a la plaza Mafalda, en un horario sin perros ni autos para que pudiera correr. Después tuve cada vez más trabajo de noche y eso se hizo imposible. Estuve con él desde sus casi seis años. Tardamos en querernos, como llegamos a hacerlo después, ninguno de los dos nos habíamos elegido.
Bloqui vino a dormir al lado mío muchísimas veces, a Bloqui lo abracé cuando estaba triste o cuando estaba feliz, jugué con él, lo hice parte de mis juegos, perdón, de mi trabajo más creativo. Dejé de bailar con él cuando le dio un dolor al pararse en dos patas y me di cuenta que se había puesto viejo. Cambié mis rutinas con él y con achaques y todo vivió cinco años más. Claudia lo quería tanto, siempre fue su gran compañero, mío también, pero era su compañero, el que la había acompañado en los peores momentos. Su forma de cuidarlo no era la misma que la mía. Charlábamos sobre su comportamiento, sobre sus salidas, sobre su espalda, sobre su alimentación, sobre su gedencia, sobre Bloqui. Me gusta creer que lo que hacíamos por él se complementaba, ojalá sea así.
Nos mudamos a un departamento más grande y con luz en sus últimos años. Fui especialmente feliz por él. Verlo a la mañana acostarse donde le daba el solcito, y levantarse después para saludarnos. Bloqui estaba mejor.
Hace muchos años, cuando yo vivía en Las Catonas, en Moreno, esperando el 57 a Capital en la ruta 23, vi a una manada de perros. Uno más joven y saltarín cruzó mal y un auto lo atropelló. Todos los perros salieron disparando menos el perro atropellado, que se quedó en la ruta llorando, unas personas nos acercamos a él, lo acariciamos. Lo miré un rato largo, y de repente, su manada volvió, supongo que se sintieron seguros. Me alejé del perro y vi cómo sus compañeros lo despedían. Aullaban, como aúllan a veces los perros, como vemos que hacen los lobos en las películas, aullaban al cielo, el aullido, se parece mucho a un rezo. El perro fue dejando de respirar hasta que se murió. Fue la primera vez que vi morir a un perro. Bloqui ayer a eso de las diez de la mañana me lamió la cara, después hizo unos ruidos, prendimos la luz y nos pareció que se había lastimado una pata, pero se estaba muriendo, aulló, tres veces, y se murió. Nunca lo había visto aullar. Vino desde el sillón, que era su sillón, a morir al lado nuestro.
Corrimos abajo de la lluvia a una veterinaria esperando que se lo pudiera revivir, pero no se podía, esperamos abajo de la lluvia un taxi, llorando, Claudia y yo, con Bloqui en mis brazos y fuimos al Pasteur.
Bloqui había estado bien, antes de acostarme a dormir lo había sacado a pasear y estado con él. Victoria había estado mimándolo toda la tarde anterior, lo abrazó antes de ir a la escuela, estaba bien, no hubo síntomas para lo que pasó después.
En el Pasteur le preguntaron a Claudia si el perro había mordido a alguien en los últimos diez días. Bloqui nunca mordió a nadie, amaba a las personas, nos amaba, éramos su familia.
Creo que las rutinas me salvan, creo que en las rutinas hay amor, hay algo en lo cotidiano que tiene que ver con establecer un vínculo. Charlé de cosas interesantísimas, pasé momentos muy intensos con muchas personas. Pero yo me acuerdo de cómo Bloqui movía la cola cuando me miraba, de cómo se acercaba a la cocina cuando esperaba que le diera algo de comer, yo me acuerdo de cómo saltaba antes de que lo sacara a pasear, me acuerdo de Bloqui tirado al lado de la ventana al solcito, y me doy cuenta que todas esas charlas con toda esa gente, que todos esos momentos intensos con todas esas personas, no las extraño, ni de cerca, como a Bloqui.
Creo que eso es para mí el amor.

Comentarios

  1. Lo cotidiano nos salva, se ancla desde el amor...y muchas veces no nos damos cuenta, hermoso texto

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  2. Hola Diego, lo volví a leer y creo que es uno de mis cuentos preferidos!!!. está escrito con una claridad y una ternura exquisita. saludos!!!!! abrazo grande!!!

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  3. Como siempre es un gusto hermoso leerte, gracias Diego!

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  4. Me gustó muchísimo conocer a Bloqui y también la capacidad mutua de amor. Gracias Diego!

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