Chau Palo

 Son las cuatro y veinte de la mañana. Hace tres o cuatro horas que escucho a Los Visitantes y Don Cornelio. Hace horas que me acuerdo de mi juventud.

Palo Pandolfo se murió a pocas cuadras de un departamento que habité en mi infancia. Se murió en el barrio en el que viví toda mi niñez, se murió en el hospital en el que mi vieja laburó por diez años, en el hospital que yo recorría, de noche, con total impunidad.
Pero se podría haber muerto en una calle de Islandia o de Eslovenia y yo estaría ahora haciendo lo mismo.
Con mi amiga Dafne cantábamos a esta hora, más o menos, a los gritos sus canciones, generalmente en su casa, en estados de completa intoxicación por sustancias.
Pero también lo hacíamos en Balrog, pero también lo hacíamos caminando en las calles de la ciudad. Y después, escuchar solo canciones de Los Visitantes era para mí estar cerca de mi amiga, incluso cuando hacía años que no nos veíamos más.
A una ex le dije por primera vez que la amaba en un recital de Palo Pandolfo. Un rato después me lo crucé en el camerín y casi le conté que acababa de declararle mi amor a una mujer escuchando Ella Vendrá, pero no me animé, apenas le dije hola y enfilé para el baño.
Palo Pandolfo me acompañó en los noventas menemistas, en caminatas interminables en Buenos Aires, Palo Pandolfo me enseñó con su poesía a componer y a escribir. Sus ideas eran distintas. Entendía la narración de otra manera. Ver a Los Visitantes en vivo siempre era algo nuevo, dependía completamente de la sensibilidad de la banda. Podían hacer la misma lista de temas cinco días seguidos y te ibas a encontrar un show completamente distinto, y no es porque flasheaban hacer alguna acción en medio de un recital, no era que tocaban distintos acordes, es que simplemente sonaban según su estado de ánimo, se concentraban en distintas cosas, les llamaba la atención una estrofa más que otra esa tarde y tenías otra canción. Como cuando veías a un gambeteador en un partido, exactamente de la misma manera llegaban al arco, gambeteando, llegaban con magia.
Palo Pandolfo era fiesta, y era fiesta latinoamericana, era fusión y era música, risueño, y siempre era interesante escucharlo hablar.
Me acuerdo contándole a mi amigo Fabio, con el que escuchábamos Espiritango a veces dos o tres veces seguidas, que "El Ente" me parecía una canción perfecta, se podía escuchar una y otra vez, como si no tuviese principio ni final.
No puedo creer que se murió Palo Pandolfo, tenía solamente diez años más que yo.
Había hecho tanto por nuestra cultura y tenía tanto más para dar.
Cuando tocaba una canción solo, con su guitarra, fusionando tango con canción, fusionando lunfardo con pop criollo.
La vida es hermosa, los cuerpos son hermosos, nacer es una explosión y su música es vida. Su música más vieja, por ejemplo, hoy está intacta.
"Ruido, yo no sé de silencio"
Su música es la más hermosa fiesta.
No paró de hacer arte, nunca dejó de ser querido y respetado.
Nunca dejó de innovar.
Y se fue caminando en la ciudad.
Para calmar la tristeza de su muerte, escuché su música, porque cuando me sentía solo, escuchaba su música, porque cuando quería estar contento escuchaba su música, y cuando quería festejar porque estaba contento, escuchaba su música, y cuando estaba tan borracho que no se entendían mis palabras, ponía su música, porque sus palabras las tenía tan aprendidas, que las podía cantar.
Llorar inspirado por Palo Pandolfo, festejar inspirado por Palo Pandolfo, caminar y pensar inspirado por Palo Pandolfo, escribir escuchando a Palo Pandolfo, dormirme escuchando a Palo Pandolfo.
Si hay alguien que vive y corre en la sangre de muchísimas personas es él.
Pero cómo lo vamos a extrañar.
Gracias por tanto
y chau.

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