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Mostrando entradas de julio, 2021

Extracción de mi novela Bondi (2016)

              Es tan fácil enfurecerse en un colectivo, deberíamos llorar, llorar muchísimo en vez de putear, pedir que nos consuelen, que nos abracen, explicarle entre lágrimas al colectivero que si nos trata así nos hace sentir muy mal, que nos duele mucho, que aunque para él seamos una molestia más que llevar de un lugar a otro nosotrxs tenemos una relación profunda con él, con él y con todos ellos, dependemos completamente de su poder, no podemos decidir prácticamente nada, con total sumisión debemos acatar sus decisiones, y la mayoría de sus decisiones son un castigo para nosotrxs. Él tiene que entender que nos hace mal, tendríamos que llorar, a moco tendido, llegar llorando a nuestros destinos, si lloráramos, y lloráramos, y lloráramos, quizás nos escucharían un poco más, y si el colectivero llorara, también entonces, quizás, me atrevería, a tragarme este odio que les tengo, y fundirme un poco en un abrazo…. Un pensamient...

Chau Palo

  Son las cuatro y veinte de la mañana. Hace tres o cuatro horas que escucho a Los Visitantes y Don Cornelio. Hace horas que me acuerdo de mi juventud. Palo Pandolfo se murió a pocas cuadras de un departamento que habité en mi infancia. Se murió en el barrio en el que viví toda mi niñez, se murió en el hospital en el que mi vieja laburó por diez años, en el hospital que yo recorría, de noche, con total impunidad. Pero se podría haber muerto en una calle de Islandia o de Eslovenia y yo estaría ahora haciendo lo mismo. Con mi amiga Dafne cantábamos a esta hora, más o menos, a los gritos sus canciones, generalmente en su casa, en estados de completa intoxicación por sustancias. Pero también lo hacíamos en Balrog, pero también lo hacíamos caminando en las calles de la ciudad. Y después, escuchar solo canciones de Los Visitantes era para mí estar cerca de mi amiga, incluso cuando hacía años que no nos veíamos más. A una ex le dije por primera vez que la amaba en un recital de Palo Pando...

Oda al patrullero que chocó un auto estacionado con la avenida vacía

  Patrullero que chocaste a un auto estacionado a las dos de la mañana con la avenida vacía. Le erraste a la avenida. Había una calle ancha, mucho más ancha que la calle que se llama avenida.   Quiero decirte que no importa que en tu horario de trabajo como oficial de policía le hayas errado a la avenida chocando lo suficientemente fuerte a un auto estacionado como para que el auto se subiera a la vereda y dejara un charco lleno de nafta en el piso. No importa que cuando chocaste hayas tardado en reaccionar el suficiente tiempo como para que todos los vecinos del edificio pudiéramos verte y filmarte antes de que salieras huyendo. Quizás a buscar infractores a la cuarentena por el coronavirus y explicarles, después de exigirles cincuenta abdominales que eso no se hace.   No importa que se relacione pizza gratis con ustedes. Tráfico de drogas, con ustedes. Caballería, con represión. Falcon verde, con desaparecido...

El gran biógrafo

  Ignacio había decidido ser un gran biógrafo. Dedicaría su vida a investigar a grandes personajes de la historia. Sus biografías serían tan exhaustivas y profundas que se las recordarían incluso más que les personajes históricos que narrara. Su nombre, Ignacio Reyes, sería recordado y estudiado por grandes biógrafos en el futuro. Desgraciadamente, Ignacio escribió solamente dos biografías. La segunda quedó inconclusa. La primera fue la historia de una joven Austríaca que había sido dieciocho veces número uno en el mundo de tenis femenino. Luego, aburrida de ganar, había escalado el Monte Everest, seis veces, en seis meses. Lo escaló una vez por mes. Aburrida de esa proeza decidió estudiar medicina y se convirtió en investigadora. Hanna, así se llamaba, realizó investigaciones con células madre que revolucionaron la lucha contra enfermedades autoinmunes. Pero a Ignacio no le llamó mucho la atención ninguna de esas proezas. Quería hacer una biografía original. Decía Ignacio ...

Si tuviera plata

Si tuviera plata Me pondría un local de artículos de librería, pero no vendería borratintas, de ninguna marca. Sería una hermosa librería, con cuadernos, carpetas, reglas, compaces, sacapuntas, mapas, cartulinas, lápices, etiquetas, gomas de borrar y papel secante. Con radio AM sonando hasta la hora de cerrar. Faltaría borratintas y me aseguraría de que cada vez que lo pidieran fuese yo el que con una sonrisa les dijera que no, que aquí no hay. Si tuviera plata hoy me pondría un Kiosko, pero no vendería chocolate con almendras. Eso sí que no, de ninguna marca. Chocolate amargo, blanco, con leche, o relleno, por supuesto, pero con almendras no. Cargaría SUBE, alcohol de canuto, café, alfajores blancos, con fruta, con nuez. Desde Nevares hasta Havanna, desde Bagley hasta Vauquita. Vendería galletitas, gomitas, chicles y pastillas. Chupetines, cigarrillos, lillos, preservativos, gaseosas, helados y haría carga virtual sin cobrar recargo. Pero si me pidiesen chocolate con almedras con una ...